jueves, 31 de diciembre de 2009

Final de año

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos,
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.

La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de qué somos
las gotas del río de Heráclito
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

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